Monseñor Baltasar Alvarez Restrepo
Monseñor Baltasar Alvarez Restrepo
Primer Obispo de Pereira
Nació
en Sonson, Antioquia, el 28 de junio de 1901 y fue bautizado al otro día, como
era costumbre en aquellas familias profundamente cristianas.
Fueron
sus padres Francisco Álvarez Jaramillo y Clara Restrepo Botero. Tuvo tres
hermanos: Antonio, Inés y Juan.
Se
graduó como profesor en la Normal de Antioquia, A sus 20 años fue Presidente de
la Sociedad de Mejoras y de la Sociedad de San Vicente de Paul de Sonson. A sus
24 años ingresó al Seminario Mayor de Manizales y más tarde fue enviado al
Seminario de San Sulpicio, en París, donde recibió la ordenación sacerdotal el
29 de junio de 1931. De allí pasó al Angelicum, de Roma, a estudiar Derecho
Canónico.
A
su regresó a Manizales, fue nombrado Vicerrector del Seminario Mayor y de allí
fue llamado a fundar el Colegio de Nuestra Señora, del que fue rector por 15
años.
El
29 de junio de 1949 fue consagrado obispo auxiliar de monseñor Luis Concha
Córdoba y el 17 de diciembre de 1952, el papa Pío XII lo nombró obispo de la
naciente diócesis de Pereira.
Como
obispo de Pereira, puso las bases para una buena organización administrativa.
Con su carisma de educador colaboró en la fundación del colegio Calasanz, del
Salesiano y del María Auxiliadora, de las Hermanas salesianas. Fundó el
Seminario Menor San José y el Colegio Popular Diocesano.
Su
espíritu evangelizador le permitió crear muchas parroquias y, en la zona
llamada misionera, límites con el Chocó, pidió la colaboración de los padres
Misioneros de Burgos. Tuvo gran aprecio por las comunidades religiosas y mucho
amor por los seminaristas. Cuando los visitaba, en Manizales y Bogotá, siempre
les entregaba un sobre con dinero. Les
decía jocosamente “para la motilada”. Con los sacerdotes fue padre y pastor.
Sabía guardar en los pliegues de su corazón sus defectos y debilidades. Siempre
les daba una voz de esperanza, para que siguieran adelante.
Su
afán misionero le llevó visitar las parroquias más apartadas de Pereira. En una
de sus visitas a Purembará, la mula resbaló y cayó. Cayeron caballero y
cabalgadura. Dios lo protegió y no le pasó nada. Él, con cierta sorna, decía
mala yerba nunca muere.
Se
contagió muy fácil del civismo pereirano y por eso animó las gestas de la creación
del departamento y la fundación de la Universidad Tecnológica.
Monseñor
Castrillón, en la homilía de despedía a monseñor Baltasar, señaló: “su porte de
dignidad castellana, unida a su inmaculada pureza de vida, recuerdan las
palabras del apóstol Pablo a los corintios: “Es preciso que los hombres vean en
nosotros a los ministros de Cristo y a los administradores de los misterios de
Dios”.
Fue
un hombre de una espiritualidad muy sólida: la eucaristía la celebraba con gran
fervor, preparándose antes en oración y agradeciendo después de ella. Era un
devoto del confesionario. Lo demostró en sus visitas pastorales y en la Semana
Santa en la Catedral. Orador elocuente y excelente escritor. Lo testimonian sus
cartas pastorales. Sus grandes amores fueron el Sagrado Corazón de Jesús, la
Santísima Virgen María y San José.
Después
de 23 años de servicio a la Iglesia particular de Pereira, se retiró a
Medellín, dando cumplimiento a normas pontificias, pero dejando en la diócesis
una huella indeleble de padre y pastor bueno, de hombre orante, de sabio
consejero y de caballero que, con su don de gentes, pudo interactuar con toda
clase de personas. Murió en Medellín, el 26 de marzo de 1988. Sus cenizas se
conservan en la cripta de la Catedral de Pereira.
Para
concluir esta semblanza, podríamos decir lo que se dijo de Jesús: “pasó
haciendo el bien” (Heb, 10, 38).
Una
anécdota interesante: el mismo día de la muerte de monseñor Baltasar, en
Medellín, fue consagrado como obispo auxiliar de Pereira monseñor Rigoberto
Corredor Bermúdez.
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