Publicacion del Libro Semblanzas Sacerdotales
INICIO DEL CICLO CONMEMORATIVO
DIÓCESIS DE PEREIRA 70 AÑOS
descargar documento
RESEÑA HISTÓRICA DE NUESTRA SEÑORA DE LA POBREZA
Publicación del Libro Semblanzas Sacerdotales
Historia y monumentos. Elementos para el debate
Por juan Manuel Vargas
morales
En los últimos años hemos visto con progresiva velocidad que hay un interés de grupos y comunidades diversas en diferentes latitudes por derrumbar, transgredir o modificar muchos de los monumentos que se ubican en las plazas centrales, parques urbanos y diferentes lugares en los que se exhiben monumentos para la rememoración de líderes patrios, conquistadores, libertadores, políticos, etc. Más allá de entrar a cuestionar o validar esta posición, es importante preguntarse qué hay detrás de este interés, qué motiva a los grupos y actores sociales a querer ver en el suelo las estatuas, y cómo cuestiona esto a la Historia como ciencia y disciplina.
En primer lugar, es importante explicar qué
se entiende por monumentos y cuáles son sus objetivos generales. El monumento
en la definición de la RAE es una obra en memoria de alguien, es una
construcción que posee un valor artístico y es un objeto de gran valor para la
historia. Para que esta obra adquiere la condición de monumento histórico
implica que exista un distanciamiento con el pasado que representa y una
evocación de ese pasado por parte de quienes lo observan desde el presente
(Lourés, 2001), pareciera que los monumentos históricos pertenecen a un pasado
que, aunque es admirado, ya está concluido (Lourés, 2001: 142). De este modo,
el monumento puede ser entendido como un espacio de memoria que entra en
interacción con el pasado y el presente, primero, porque establece una versión
del pasado que debe ser preservada y recordada y, segundo, porque dicha verdad la
instaura con efecto permanente para quienes la observan y rememoran desde lo
contemporáneo.
En segundo lugar, conviene problematizar el
sentido representativo de los monumentos. ¿Qué representan los monumentos? El
pasado que ya fue y que es estático, el pasado que se desarrolló de una u otra
manera y que debe ser Recordado, el pasado agenciado por actores sociales, y que
representa un proceso histórico que debemos comprender, o simplemente recordar
valorativamente la acción humana de esos actores. En esa medida, habría que
señalar que en el régimen de historicidad que nos encontramos actualmente
tenemos claridad sobre el sentido relativo de las verdades históricas y, en esa
medida, quizás las representaciones de los monumentos históricos se vuelven
igualmente relativas, con lo cual el pasado que significan es inacabado. Así mismo,
detrás de todas las fórmulas de representación históricas y sociales se
encuentran los intereses de individuos, instituciones o medios de comunicación
que deciden establecer usos políticos sobre el pasado y que encuentran en los
monumentos, en especial después del siglo XVIII, unos dispositivos adecuados
para instaurar aparentes “verdades” históricas en el espacio público (Díaz,
2020).
¿Qué
significa derrumbar los monumentos y las estatuas?
Vemos desde hace algunos años caer las
estatuas de líderes políticos y militares representativos de nuestro tiempo, no
por lo positivo, sino por la incidencia en sus países. Durante las ya lejanas
primaveras árabes fueron derribadas las representaciones de Mubarak y de
Gadafi, entre otras. Algunos años atrás, los estadounidenses ya habían
derribado con gesto triunfante y desafiante la estatua de Sadam Hussein en la
Plaza el Paraíso, de Bagdad, pero en este mismo país, Estados Unidos, durante
el llamado Black Lives Matter, en el 2020, fueron atacadas y
cuestionadas las estatuas de Cristóbal Colón, Edward Colston, Miguel de
Cervantes, George Washington, y otros más. En Colombia, hace unos meses los indígenas
misak habían derribado la estatua del conquistador Sebastián de Belalcázar,
primero en Popayán y luego en Cali, y esta misma comunidad indígena hace unos
días tumbó, en Bogotá, la de Gonzalo
Jiménez de Quesada, en el marco del gran paro nacional. Así, pues, el fenómeno
que parece repentino se ha presentado desde bastante tiempo atrás, y tiene como
característica principal la eliminación de una visión del pasado, que es
representada con el monumento o la estatua, sin embargo, como también se puede
notar, las razones o fundamentos de estas acciones no son homogéneas y depende
de cada contexto histórico. Claramente no es lo mismo el acto realizado por los
militares estadounidenses en el marco de una invasión, que lo hecho por los indígenas
Misak, en Popayán, Cali y Bogotá. La diferencia tiene que ver con el sentido de
tensión y disputa en que se encuentran inmersos los monumentos históricos.
Cuando los indigenas de la comunidad Misak
tumban las estatuas están confrontando a la historia, y en particular a las
narrativas que se impusieron durante más de doscientos años de historia oficial
en Colombia. En cierta medida, su confrontación es un rechazó no solo a los
personajes representados, sino también al contexto histórico de la época, y
quizás también a la manera como en más de doscientos años de vida independiente
muchas de estas estatuas han adquirido la categoría “patria”, significando
orgullo colectivo por estas representaciones.
El problema de fondo es que las comunidades
indígenas ya no están conformadas por menores de edad, como los consideraban
las élites criollas de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, en el marco
de las independencias iberoamericanas, más bien los indígenas, luego de más de
doscientos años de procesos de consolidación de su identidad, de mayor
conciencia histórica y de formación política, tienen un criterio que les
permite problematizar a figuras como Belalcázar y Jiménez de Quesada, y decir
abiertamente que no están de acuerdo con que el resto de la sociedad colombiana
rememore el pasado de estos personajes, porque consideran que los objetivos y,
en especial, las formas como aparecieron en el panorama histórico durante la
conquista de este territorio fue sangrienta y esclavista.
En otros lugares del país, las estatuas no
fueron derrumbadas, sino intervenidas. Por ejemplo, en Pereira se intervino al
insigne Bolívar Desnudo, del maestro
Rodrigo Arenas Betancourt, con pintura y poniéndole un tapabocas en las jornadas
del Paro Nacional, quizás los jóvenes manifestantes no se encuentran
representados en la narrativa liberal y cívica que ha estado representada en
este monumento, y encuentran una contradicción en los niveles de rechazo y persecución
que han experimentado como jóvenes manifestantes en una ciudad que predica su
condición liberal y de respeto del otro.
Las estatuas caídas y la
lucha por la democratización del pasado
Aquí es importante considerar lo señalado por
el catedrático italiano Enzo Traverso, que señala que derrumbar la estatus no
elimina el pasado. Por el contrario, hace que escrutemos con mayor rigor y
profundidad las acciones de esos “héroes” que están representados por los
monumentos y estatuas. Arguye Traverzo que la ventaja de esta situación es que
nos permite ver con mayor claridad a estos personajes, y antes que borrar el
pasado lo que se logra es volverlo a contar, pero desde la perspectiva de estos
grupos poblacionales que fueron víctimas o que se han sentido excluidos de esa
narrativa dominante. Traverzo puntualiza sus ideas, así:
Ya sean derribadas,
destruidas, pintadas o grafiteadas, estas estatuas personifican una nueva
dimensión de lucha: la conexión entre los derechos y la memoria. Ponen de
relieve el contraste entre el estatus de los negros y los sujetos poscoloniales
como minorías estigmatizadas y embrutecidas, y el lugar simbólico dado en el
espacio público a sus opresores; un espacio que también conforma el entorno
urbano de nuestra vida cotidiana (Traverzo, 2020).
Esta “furiosa iconosclastia” que advierte
Traverso es una lucha por la democracia en la historia, por unas
representaciones narrativas del pasado que sean incluyentes con los diferentes
grupos. Es también el halo de un grito potente, por una transformación dinámica
del espacio público, una forma de activar ese espacio urbano que, a partir de
las estatuas y monumentos, establece lugares de recordación, de turismo y
orgullo para sus pobladores, pero que parece estático. Una vez más, con
Traverso, quienes derrumban o intervienen estos monumentos están recordando que
el pasado histórico plasmado en los paisajes urbanos todavía está vivo, y que
en ese revivir es importante volver a contar, contar de otras formas, narrar a
través de la inclusión de las historias subalternas, periféricas y marginales.
Pero el debate no es tan sencillo. Mientras
Traverso desde su mirada global apoya la “furiosa iconoclastia” como una
demanda de pasados incluyentes, en el contexto nacional algunos historiadores
reclaman precaución en esta renovada tensión entre la historia y la memoria.
Fabio Zambrano, historiador urbano y director del Instituto de Estudios Urbanos
de la Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, sugiere entender que la
historia como ciencia ha establecido mediante métodos críticos y de
contrastación que, por ejemplo, un personaje como Sebastián de Belálcazar fue
fundamental en la conformación de los actual territorio de Colombia, “porque
fue un fundador de ciudades y estableció los cabildos, las instituciones de
gobierno urbano que siguen funcionando en el país” (Medellín, 2020). Zambrano
arguye, entonces, que no se pueden retirar las estatuas de Belálcazar por su
importancia en el proceso histórico, pero que, en cambio, se les pueden otorgar
sentidos complementarios:
Es posible convertir
esa estatua en un instrumento pedagógico para ampliar y contrastar las
versiones que hay sobre la memoria del conquistador. ¿Retiramos la estatua de Belalcázar o mejor
le agregamos el argumento que tienen los indígenas sobre él? Es una oportunidad
pedagógica para ampliar el conocimiento histórico (Medellín, 2020).
Así que, en el fondo del debate, también nos
podemos encontrar con la pregunta de cómo logramos democratizar los monumentos
de las ciudades. Es decir, si desde la historia urbana se acepta que son
importantes porque representan a los actores históricos en el espacio público,
entonces cómo logramos que sean más incluyentes, cómo se puede generar el
efecto pedagógico que propone el catedrático Zambrano.
Dialogar sobre los sentidos
del monumento en el espacio público
Las formas de establecer y definir el
patrimonio material de las urbes deben ser democratizadas desde el comienzo. Cómo
se establecen los lugares en los que serán fijadas las estatuas. ¿De qué forma
se permite que los monumentos emergentes se mantengan también con prioridad en
el espacio público urbano? A veces, ni unas pintas o grafitis en una calle
céntrica son permitidos bajo la excusa de que hace fea la ciudad, entonces
mientras se limitan las opciones de expresión pública de tantos colectivos y
actores sociales cómo demandarles que respeten la fundamentación histórica de
los monumentos.
Sí, es cierto que tal vez haya una pugna
entre historia y memoria, pero también es igualmente cierto que la historia
tiene que resignificar sus posturas frente a los grandes conflictos sociales
del pasado y, también, de nuestro tiempo. La excusa de la pretendida objetividad
en estos tiempos se agota frente a las exigencias de reconocimiento de grupos
que fueron excluidos en la historia política y nacional. No se les puede culpar
de querer establecer una narrativa de inclusión, y no es suficiente para
desvirtuarla acusarla de memoria. Rosas-Krauze parece entender con mayor
claridad que lo que está ocurriendo es un problema de exclusión/inclusión, al
señalar los dilemas actuales del monumento:
Hoy lidiamos con un
malestar distinto: nuestros monumentos ya no reflejan quiénes somos. El problema
es doble. Por un lado, las ciudades no han logrado construir monumentos que
representen valores actuales o, más bien, aspiracionales: monumentos a las
vidas negras, a las mujeres, a la comunidad LGBTQ+, a las minorías, a las
personas de color, a los inmigrantes, a los discapacitados y a ciudadanas
comunes. Por otra parte, han sido reacias a eliminar monumentos ofensivos,
racistas y coloniales del pasado (Rosas-Krauze, 2020: 152).
¿Qué
alternativas tenemos? Difícil tenerlas clara tan pronto. Quizá podrías comenzar
por unas acciones que representen una inclusión importante y, sobre todo,
contextualizada históricamente. ¿Qué tan malo o tan importante sería dejar las
estatuas con sus pintas, con sus rayas, con los trapos que les han puesto? ¿Serviría
como una muestra pedagógica, como decía el profesor Zambrano, para, más que
tener que remover el monumento, generar una explicación con varias cronologías?
Por
ejemplo, Belálcazar, que ha sido el más rechazado en el contexto actual
colombiano, se podría explicar en sus monumentos que fueron instituidos a
finales del siglo XIX o comienzo del XX, como representación de sus aportes a
la configuración del actual territorio en los siglos XVI y XVII, pero que dicho
monumento fue intervenido por la ciudadanía en un contexto de inconformismo
creciente y después de una crítica a las acciones violentas y de esclavitud que
fueron cometidas por el propio Belálcazar y, que por tanto, es importante
entender que es un personaje polémico, que no podemos tener idealizado, sino
contextualizado. Quizás cabría profundizar en explicaciones complejas
instaladas materialmente o, por lo menos, con códigos QR acerca de lo difícil
de encontrar personajes del siglo XVI que no fueran partidarios de la
esclavitud, porque dicho fenómeno –condenado desde el hoy– todavía en aquella
época era parte del constructo mental predominante.
En
el mismo sentido, podríamos generar espacios urbanos concertados con las
comunidades indígenas o con los mismos jóvenes para que instituyan sus propios
monumentos. Es decir, para darle espacio a representaciones colectivas de
inclusión, que den cuenta de cómo han sido victimizadas, primero por los
conquistadores españoles tras el encuentro de los mundos y, segundo, por el
Estado colombiano, que durante mucho tiempo no los ha querido incluir en su
narrativa nacional. De la misma forma, los jóvenes que, por ejemplo, acaban de construir
el monumento a la resistencia en Cali, con la forma de un puño que abraza un
cartel que dice resistencia y que los representa después de mes y medio de
manifestaciones, podrían encontrar un lugar adecuado para él, donde sea público
y donde además se garantice que no será removido por las futuras administraciones
municipales de Cali. En fin, el debate de los monumentos y las estatuas todavía
no lo tenemos suficientemente claro, si deben resistir en el espacio público o
se deben resguardar, como si fueran antigüedades, o mejor se deben acompañar de
otros monumentos que signifiquen la diversidad que hoy se les demanda. El
debate, entonces, avanza.
Referencias
Díaz,
José Abelardo (2020). “Monumentos, memoria y espacio público”, el colectivo, https://elcolectivocomunicacion.com/2020/08/05/monumentos-memoria-y-espacio-publico/
Lourés
Seoane, María Luisa (2001). “Del concepto de ‘monumento histórico’ al de
patrimonio cultural”, en: Revista de
Ciencias Sociales, vol. IV, No. 94, Universidad de Costa Rica.
Medellín,
Paola (2020). ¿Derribar o resignificar
monumentos? Un dilema entre la historia y la memoria, Instituto de Estudios
Urbanos, Universidad Nacional, http://ieu.unal.edu.co/medios/noticias-del-ieu/item/derribar-o-resignificar-monumentos-un-dilema-entre-la-historia-y-la-memoria
Rozas-Krause,
Valentina (2020). “¿Deben resistir los monumentos? Monumentos caídos: notas
sobre nuestra actual estatuofobia”. ARQ (Santiago, de Chile), (105), 150-152. https://dx.doi.org/10.4067/S0717-69962020000200150
Traverso,
Enzo (2020). “Derribar estatuas no borra la historia, nos hace verlas con más
claridad”, Nueva Sociedad, https://nuso.org/articulo/estatuas-historia-memoria/
Comentarios
Publicar un comentario