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HISTORIA Y MONUMENTOS, ELEMENTOS PARA EL DEBATE EN SESIÓN DE 6 DE JUNIO DE 2021 



SESIÓN DEL 21 DE JUNIO DE 2021

 Historia y monumentos. Elementos para el debate

 

 

Por juan Manuel Vargas morales

 En los últimos años hemos visto con progresiva velocidad que hay un interés de grupos y comunidades diversas en diferentes latitudes por derrumbar, transgredir o modificar muchos de los monumentos que se ubican en las plazas centrales, parques urbanos y diferentes lugares en los que se exhiben monumentos para la rememoración de líderes patrios, conquistadores, libertadores, políticos, etc. Más allá de entrar a cuestionar o validar esta posición, es importante preguntarse qué hay detrás de este interés, qué motiva a los grupos y actores sociales a querer ver en el suelo las estatuas, y cómo cuestiona esto a la Historia como ciencia y disciplina.

 

En primer lugar, es importante explicar qué se entiende por monumentos y cuáles son sus objetivos generales. El monumento en la definición de la RAE es una obra en memoria de alguien, es una construcción que posee un valor artístico y es un objeto de gran valor para la historia. Para que esta obra adquiere la condición de monumento histórico implica que exista un distanciamiento con el pasado que representa y una evocación de ese pasado por parte de quienes lo observan desde el presente (Lourés, 2001), pareciera que los monumentos históricos pertenecen a un pasado que, aunque es admirado, ya está concluido (Lourés, 2001: 142). De este modo, el monumento puede ser entendido como un espacio de memoria que entra en interacción con el pasado y el presente, primero, porque establece una versión del pasado que debe ser preservada y recordada y, segundo, porque dicha verdad la instaura con efecto permanente para quienes la observan y rememoran desde lo contemporáneo.

 

En segundo lugar, conviene problematizar el sentido representativo de los monumentos. ¿Qué representan los monumentos? El pasado que ya fue y que es estático, el pasado que se desarrolló de una u otra manera y que debe ser Recordado, el pasado agenciado por actores sociales, y que representa un proceso histórico que debemos comprender, o simplemente recordar valorativamente la acción humana de esos actores. En esa medida, habría que señalar que en el régimen de historicidad que nos encontramos actualmente tenemos claridad sobre el sentido relativo de las verdades históricas y, en esa medida, quizás las representaciones de los monumentos históricos se vuelven igualmente relativas, con lo cual el pasado que significan es inacabado. Así mismo, detrás de todas las fórmulas de representación históricas y sociales se encuentran los intereses de individuos, instituciones o medios de comunicación que deciden establecer usos políticos sobre el pasado y que encuentran en los monumentos, en especial después del siglo XVIII, unos dispositivos adecuados para instaurar aparentes “verdades” históricas en el espacio público (Díaz, 2020).

 

¿Qué significa derrumbar los monumentos y las estatuas?

 

Vemos desde hace algunos años caer las estatuas de líderes políticos y militares representativos de nuestro tiempo, no por lo positivo, sino por la incidencia en sus países. Durante las ya lejanas primaveras árabes fueron derribadas las representaciones de Mubarak y de Gadafi, entre otras. Algunos años atrás, los estadounidenses ya habían derribado con gesto triunfante y desafiante la estatua de Sadam Hussein en la Plaza el Paraíso, de Bagdad, pero en este mismo país, Estados Unidos, durante el llamado Black Lives Matter, en el 2020, fueron atacadas y cuestionadas las estatuas de Cristóbal Colón, Edward Colston, Miguel de Cervantes, George Washington, y otros más. En Colombia, hace unos meses los indígenas misak habían derribado la estatua del conquistador Sebastián de Belalcázar, primero en Popayán y luego en Cali, y esta misma comunidad indígena hace unos días tumbó, en Bogotá,  la de Gonzalo Jiménez de Quesada, en el marco del gran paro nacional. Así, pues, el fenómeno que parece repentino se ha presentado desde bastante tiempo atrás, y tiene como característica principal la eliminación de una visión del pasado, que es representada con el monumento o la estatua, sin embargo, como también se puede notar, las razones o fundamentos de estas acciones no son homogéneas y depende de cada contexto histórico. Claramente no es lo mismo el acto realizado por los militares estadounidenses en el marco de una invasión, que lo hecho por los indígenas Misak, en Popayán, Cali y Bogotá. La diferencia tiene que ver con el sentido de tensión y disputa en que se encuentran inmersos los monumentos históricos.

 

Cuando los indigenas de la comunidad Misak tumban las estatuas están confrontando a la historia, y en particular a las narrativas que se impusieron durante más de doscientos años de historia oficial en Colombia. En cierta medida, su confrontación es un rechazó no solo a los personajes representados, sino también al contexto histórico de la época, y quizás también a la manera como en más de doscientos años de vida independiente muchas de estas estatuas han adquirido la categoría “patria”, significando orgullo colectivo por estas representaciones.

El problema de fondo es que las comunidades indígenas ya no están conformadas por menores de edad, como los consideraban las élites criollas de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, en el marco de las independencias iberoamericanas, más bien los indígenas, luego de más de doscientos años de procesos de consolidación de su identidad, de mayor conciencia histórica y de formación política, tienen un criterio que les permite problematizar a figuras como Belalcázar y Jiménez de Quesada, y decir abiertamente que no están de acuerdo con que el resto de la sociedad colombiana rememore el pasado de estos personajes, porque consideran que los objetivos y, en especial, las formas como aparecieron en el panorama histórico durante la conquista de este territorio fue sangrienta y esclavista.

 

En otros lugares del país, las estatuas no fueron derrumbadas, sino intervenidas. Por ejemplo, en Pereira se intervino al insigne Bolívar Desnudo, del maestro Rodrigo Arenas Betancourt, con pintura y poniéndole un tapabocas en las jornadas del Paro Nacional, quizás los jóvenes manifestantes no se encuentran representados en la narrativa liberal y cívica que ha estado representada en este monumento, y encuentran una contradicción en los niveles de rechazo y persecución que han experimentado como jóvenes manifestantes en una ciudad que predica su condición liberal y de respeto del otro.

 

Las estatuas caídas y la lucha por la democratización del pasado

 

Aquí es importante considerar lo señalado por el catedrático italiano Enzo Traverso, que señala que derrumbar la estatus no elimina el pasado. Por el contrario, hace que escrutemos con mayor rigor y profundidad las acciones de esos “héroes” que están representados por los monumentos y estatuas. Arguye Traverzo que la ventaja de esta situación es que nos permite ver con mayor claridad a estos personajes, y antes que borrar el pasado lo que se logra es volverlo a contar, pero desde la perspectiva de estos grupos poblacionales que fueron víctimas o que se han sentido excluidos de esa narrativa dominante. Traverzo puntualiza sus ideas, así:

Ya sean derribadas, destruidas, pintadas o grafiteadas, estas estatuas personifican una nueva dimensión de lucha: la conexión entre los derechos y la memoria. Ponen de relieve el contraste entre el estatus de los negros y los sujetos poscoloniales como minorías estigmatizadas y embrutecidas, y el lugar simbólico dado en el espacio público a sus opresores; un espacio que también conforma el entorno urbano de nuestra vida cotidiana (Traverzo, 2020).

 

Esta “furiosa iconosclastia” que advierte Traverso es una lucha por la democracia en la historia, por unas representaciones narrativas del pasado que sean incluyentes con los diferentes grupos. Es también el halo de un grito potente, por una transformación dinámica del espacio público, una forma de activar ese espacio urbano que, a partir de las estatuas y monumentos, establece lugares de recordación, de turismo y orgullo para sus pobladores, pero que parece estático. Una vez más, con Traverso, quienes derrumban o intervienen estos monumentos están recordando que el pasado histórico plasmado en los paisajes urbanos todavía está vivo, y que en ese revivir es importante volver a contar, contar de otras formas, narrar a través de la inclusión de las historias subalternas, periféricas y marginales.

 

Pero el debate no es tan sencillo. Mientras Traverso desde su mirada global apoya la “furiosa iconoclastia” como una demanda de pasados incluyentes, en el contexto nacional algunos historiadores reclaman precaución en esta renovada tensión entre la historia y la memoria. Fabio Zambrano, historiador urbano y director del Instituto de Estudios Urbanos de la Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, sugiere entender que la historia como ciencia ha establecido mediante métodos críticos y de contrastación que, por ejemplo, un personaje como Sebastián de Belálcazar fue fundamental en la conformación de los actual territorio de Colombia, “porque fue un fundador de ciudades y estableció los cabildos, las instituciones de gobierno urbano que siguen funcionando en el país” (Medellín, 2020). Zambrano arguye, entonces, que no se pueden retirar las estatuas de Belálcazar por su importancia en el proceso histórico, pero que, en cambio, se les pueden otorgar sentidos complementarios:

Es posible convertir esa estatua en un instrumento pedagógico para ampliar y contrastar las versiones que hay sobre la memoria del conquistador.  ¿Retiramos la estatua de Belalcázar o mejor le agregamos el argumento que tienen los indígenas sobre él? Es una oportunidad pedagógica para ampliar el conocimiento histórico (Medellín, 2020).

 

Así que, en el fondo del debate, también nos podemos encontrar con la pregunta de cómo logramos democratizar los monumentos de las ciudades. Es decir, si desde la historia urbana se acepta que son importantes porque representan a los actores históricos en el espacio público, entonces cómo logramos que sean más incluyentes, cómo se puede generar el efecto pedagógico que propone el catedrático Zambrano.

 

Dialogar sobre los sentidos del monumento en el espacio público

 

Las formas de establecer y definir el patrimonio material de las urbes deben ser democratizadas desde el comienzo. Cómo se establecen los lugares en los que serán fijadas las estatuas. ¿De qué forma se permite que los monumentos emergentes se mantengan también con prioridad en el espacio público urbano? A veces, ni unas pintas o grafitis en una calle céntrica son permitidos bajo la excusa de que hace fea la ciudad, entonces mientras se limitan las opciones de expresión pública de tantos colectivos y actores sociales cómo demandarles que respeten la fundamentación histórica de los monumentos.

 

Sí, es cierto que tal vez haya una pugna entre historia y memoria, pero también es igualmente cierto que la historia tiene que resignificar sus posturas frente a los grandes conflictos sociales del pasado y, también, de nuestro tiempo. La excusa de la pretendida objetividad en estos tiempos se agota frente a las exigencias de reconocimiento de grupos que fueron excluidos en la historia política y nacional. No se les puede culpar de querer establecer una narrativa de inclusión, y no es suficiente para desvirtuarla acusarla de memoria. Rosas-Krauze parece entender con mayor claridad que lo que está ocurriendo es un problema de exclusión/inclusión, al señalar los dilemas actuales del monumento:

Hoy lidiamos con un malestar distinto: nuestros monumentos ya no reflejan quiénes somos. El problema es doble. Por un lado, las ciudades no han logrado construir monumentos que representen valores actuales o, más bien, aspiracionales: monumentos a las vidas negras, a las mujeres, a la comunidad LGBTQ+, a las minorías, a las personas de color, a los inmigrantes, a los discapacitados y a ciudadanas comunes. Por otra parte, han sido reacias a eliminar monumentos ofensivos, racistas y coloniales del pasado (Rosas-Krauze, 2020: 152).

 

¿Qué alternativas tenemos? Difícil tenerlas clara tan pronto. Quizá podrías comenzar por unas acciones que representen una inclusión importante y, sobre todo, contextualizada históricamente. ¿Qué tan malo o tan importante sería dejar las estatuas con sus pintas, con sus rayas, con los trapos que les han puesto? ¿Serviría como una muestra pedagógica, como decía el profesor Zambrano, para, más que tener que remover el monumento, generar una explicación con varias cronologías?

 

Por ejemplo, Belálcazar, que ha sido el más rechazado en el contexto actual colombiano, se podría explicar en sus monumentos que fueron instituidos a finales del siglo XIX o comienzo del XX, como representación de sus aportes a la configuración del actual territorio en los siglos XVI y XVII, pero que dicho monumento fue intervenido por la ciudadanía en un contexto de inconformismo creciente y después de una crítica a las acciones violentas y de esclavitud que fueron cometidas por el propio Belálcazar y, que por tanto, es importante entender que es un personaje polémico, que no podemos tener idealizado, sino contextualizado. Quizás cabría profundizar en explicaciones complejas instaladas materialmente o, por lo menos, con códigos QR acerca de lo difícil de encontrar personajes del siglo XVI que no fueran partidarios de la esclavitud, porque dicho fenómeno –condenado desde el hoy– todavía en aquella época era parte del constructo mental predominante.

 

En el mismo sentido, podríamos generar espacios urbanos concertados con las comunidades indígenas o con los mismos jóvenes para que instituyan sus propios monumentos. Es decir, para darle espacio a representaciones colectivas de inclusión, que den cuenta de cómo han sido victimizadas, primero por los conquistadores españoles tras el encuentro de los mundos y, segundo, por el Estado colombiano, que durante mucho tiempo no los ha querido incluir en su narrativa nacional. De la misma forma, los jóvenes que, por ejemplo, acaban de construir el monumento a la resistencia en Cali, con la forma de un puño que abraza un cartel que dice resistencia y que los representa después de mes y medio de manifestaciones, podrían encontrar un lugar adecuado para él, donde sea público y donde además se garantice que no será removido por las futuras administraciones municipales de Cali. En fin, el debate de los monumentos y las estatuas todavía no lo tenemos suficientemente claro, si deben resistir en el espacio público o se deben resguardar, como si fueran antigüedades, o mejor se deben acompañar de otros monumentos que signifiquen la diversidad que hoy se les demanda. El debate, entonces, avanza.

 

Referencias                                                                                    

 

Díaz, José Abelardo (2020). “Monumentos, memoria y espacio público”, el colectivo, https://elcolectivocomunicacion.com/2020/08/05/monumentos-memoria-y-espacio-publico/

 

Lourés Seoane, María Luisa (2001). “Del concepto de ‘monumento histórico’ al de patrimonio cultural”, en: Revista de Ciencias Sociales, vol. IV, No. 94, Universidad de Costa Rica.

 

Medellín, Paola (2020). ¿Derribar o resignificar monumentos? Un dilema entre la historia y la memoria, Instituto de Estudios Urbanos, Universidad Nacional, http://ieu.unal.edu.co/medios/noticias-del-ieu/item/derribar-o-resignificar-monumentos-un-dilema-entre-la-historia-y-la-memoria

 

Rozas-Krause, Valentina (2020). “¿Deben resistir los monumentos? Monumentos caídos: notas sobre nuestra actual estatuofobia”. ARQ (Santiago, de Chile), (105), 150-152. https://dx.doi.org/10.4067/S0717-69962020000200150

 

Traverso, Enzo (2020). “Derribar estatuas no borra la historia, nos hace verlas con más claridad”, Nueva Sociedad, https://nuso.org/articulo/estatuas-historia-memoria/

 

 









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